dimarts, 10 de setembre del 2013

Isabel

Querida Isabel:

Lloré tu muerte días antes de que fallecieras, y cuando llegó tu hora ya no me quedaba ni una sola lágrima. Dijeron que un enorme reloj de pared ensordecía tus latidos; pero tú todavía sonreías... Me sentí profundamente engañada.

No nos vimos mucho. O mejor dicho, casi nada; lo justo para admirarte y quererte. Como nunca avisabas cuando venías, no podía preparar nada para recibirte; siempre era todo muy a última hora, de repente, por sorpresa.

Y llegabas sonriendo, buena, bonita, con la piel morena de los pueblos de costa, elegante... y carcomida, cada vez más carcomida, devorada por una especie de monstruo que nunca llegaba a saciar su hambre. Una bestia que vivía muy adentro de ti y que mesuraba meticulosamente cada bocanada de aire que respirabas, un ente tóxico y despiadado que poco a poco se apoderaba de ti.

Llegabas, me mirabas con unos ojos que amaban el entorno y yo me sentía querida, arropada, como si nada malo nos pudiera ocurrir. Una de las veces que apareciste me supo mal no haber previsto nada... ni siquiera te había hecho un dibujo. Fui corriendo a buscar mi carpeta de acuarelas y te regalé una de mis mejores pinturas: dos pájaros posados sobre una ramita y rodeados de flores rosas y amarillas. Me dijiste que te gustaba mucho, que lo guardarías, quizás también dijiste que lo colgarías en alguna pared. Te quería.

Otro día volviste y comentaste que teníamos que hacerte aluna visita, que podríamos ir a la playa y que lo pasaríamos muy bien; sin embargo, los quilómetros dejaron la propuesta bastante en el aire... y nunca fuimos. Los primeros días insistí en vano, y ahora lamento no haber seguido insistiendo durante semanas, meses, años.

Cuando crecí comprendí que la suerte nunca te había sonreído, o muy pocas veces... No te puedes imaginar lo diferentes que érais tu suerte y tú, Isabel. Parece mentira que la vida pueda dar unos golpes tan fríos en una tierra donde todo es sol... una tierra que jamás visité.

Y mírame, ¿me ves? Sentada en un tren, consciente del paso del tiempo, avanzando por un terreno estéril a causa del humo... Y por qué no, echándote un poquitín de menos. Sólo espero que no sufras y que los tuyos estén bien; que al pensar en ti, recuerden tu alegría y estos hoyuelos que se formaban en tus mejillas cuando te reías... Que el sol de la costa salga con tu elegancia todos los domingos como mínimo, que ni un solo árbol olvide tu esencia...

Y que todo el mundo sepa
que la dama más bonita de Almería
se llamaba Isabel.


dilluns, 5 d’agost del 2013